viernes, 1 de marzo de 2013
Relámpagos sureños
Hace tiempo que no escribo por aquí; y mucho tiene que ver la cantidad de info que me gusta leer y que mi medio me obliga a leer. Hoy tan sólo lo hago para recordar a esas personas que no estando en Algeciras, estoy seguro que la recuerdan y la aman, con ese extraño vaivén que como un tren aleja del lugar. Un saludo a todos ellos, nos veremos en algunas de esas esquinas.
Desde luego, alguien se encarga de mantener las energías vivas por allá, ¿verdad?
sábado, 24 de marzo de 2012
Producer & Lecturer
Siempre me ha gustado que me llamaran Producer, mi mentora Daidee lo hacía con asiduidad, y de aquello hace tiempo; pero es ahora cuando realmente estoy más implicado con lo que supone producir; tengo agenda y más o menos controlada y controlable; tengo planificación de mis días; y tengo ideas, las voy exponiendo un día mejor otro peor sobre mis propios métodos: me enseño las ideas, me las expongo, las voy aclarando y poco a poco produzco.
Producer & Lectorer
Ahora leo diferente.
Antes podrías tener varios libros repartidos por mi casa, novelas, poesía, ensayo... nueva novela.
Leía mucho, tanto por gusto como por aprendizaje; pero es ahora cuando realmente estoy más implicado con lo que supones lectura; tengo anotaciones y más o menos estructuras y estructurables, tengo planificadas mis lecturas; y continuo teniendo ideas, las voy meditando, las voy confrontando un día peor otro mejor, sobre mis lecturas: me estructuro las ideas, me las expongo, me las planifico, las voy secuenciando y poco a poco tiendo a darle formato para producir.
Producer, like it
viernes, 3 de febrero de 2012
Pablo y sus vicisitudes
jueves, 2 de febrero de 2012
Blog en mi cama?
Hace mucho que queria compañía en mi cama, pero jamás creería que mi pareja de cama fuera un smartphone
miércoles, 9 de noviembre de 2011
SEGUNDA EDUCACIÓN
Continuar estudiando, permanecer estudiando, estudiar estudiando... ya sea por pérdida de tiempo, por ganar tiempo, por ocio, por aburrimiento. Estudiar y caminar estudiando
martes, 4 de agosto de 2009
... Pablo y Nuria...
Hacía dos noches que había recibido la llamada de Nuria. Ella insistió que necesitaba más tiempo del que daban las dos horas de conversación telefónica.
Mientras intentaba suplicarle con certeras insinuaciones a que se vieran durante toda una tarde, Nuria ya llevaba tres manos al solitario con las cartas francesas. Esas cartas siempre le suponían un atractivo mayor que la baraja española. Pablo bromeaba diciéndole que como el as de oro español no existía carta igual. Él huía continuamente de una conversación cercana con requiebros de análisis filosóficos baratos, a pesar de tener la seguridad de que la mayoría de las veces hacía el ridículo, pues Nuria no le correspondía con el silencio pensativo con el que Pablo se entretenía.
- ¿Y si fuéramos al río a tomarnos un té helado mientras te lo cuento todo?,- preguntó Nuria.
- ¿Para qué? Aquello está lleno de guiris. Yo prefiero el centro, al bar Electra. Podríamos ver a los demás,- dijo Pablo con ironía.
- No me interesa ver a los demás ahora, esto quiero hablarlo contigo, y nadie más,- insistió Nuria.
- Creo que ponen "El cartero siempre llama dos veces" en el Alphaville, hace tiempo que no vamos al cine. ¿Te salió ya el as de picas?, -bromeó Pablo.
- Aún no. Ya te he dicho que no me gustan las películas subtituladas.
- ¿Y el as de corazones, se resiste o qué?
- Mira Pablo, creo que no estas entendiendo lo importante que resulta para mí este trabajo. Me debes una desde hace tiempo, y si insisto es porque se que ahora tienes tiempo libre; y no vas al cine desde hace mucho meses.
- Ya estamos; “semánticamente, el tiempo libre se reduce a una ecuación de un proyecto de acción sin objetivo final factible. Metafísicamente es pura contemplación; y en mi opinión, una virtud en cualquier momento del día, un deseo tatuado entre los pensamientos. Con sentido común, diría que es hacer lo que te de la gana durante un estamento de horas o días con un final amargo”.
- Si vale, lo que tú quieras. Mejor hablamos mañana, se me han caído las cartas, y además tengo que mandar el informe lo antes posible,- dijo Nuria.
Perfecto, mañana te llamo a medio día,- se despidió Pablo.
Nuria puso en orden las cartas que se habían esparcido por toda la cama y cogió el ordenador portátil. Los últimos diez minutos de conversación con Pablo los pasó revisando la redacción de su escrito sobre la sonada manifestación del sindicato esa mañana. Y no sería la última. Le irritó tener que dedicarle a esas horas de la noche lo que venía siendo una especia de control de calidad de las acciones de sus compañeros de manifestación.
- ¿Y ahora qué quieres?, - increpó Nuria al coger el teléfono.
- Quedamos el viernes. Pero vamos al Kea, que habrá poca gente, dijo Pablo con pocas ganas.
- De acuerdo Pablo, muchas gracias. Te va a interesar.
- Espero que no sea nada del sindicato; yo no los puedo ver y ellos ya ni me invitan.
- Tú vas si quieres, nadie tiene que llamarte, - contestó ofendida Nuria. Pero no sufras Pablo, no tiene nada que ver con política.
Pablo recordaba de aquella noche la copa de vino mientras terminaba el diso de bossa nova que se compró aquella mañana. Estuvo hasta tarde viendo la televisión, en silencio y oyendo música. Se terminó el vino adormilado y se acostó pensando en Nuria.
Aún permanecía esperando sentado, después de que la secretaria del viejo lo anunciara.
Mientras intentaba suplicarle con certeras insinuaciones a que se vieran durante toda una tarde, Nuria ya llevaba tres manos al solitario con las cartas francesas. Esas cartas siempre le suponían un atractivo mayor que la baraja española. Pablo bromeaba diciéndole que como el as de oro español no existía carta igual. Él huía continuamente de una conversación cercana con requiebros de análisis filosóficos baratos, a pesar de tener la seguridad de que la mayoría de las veces hacía el ridículo, pues Nuria no le correspondía con el silencio pensativo con el que Pablo se entretenía.
- ¿Y si fuéramos al río a tomarnos un té helado mientras te lo cuento todo?,- preguntó Nuria.
- ¿Para qué? Aquello está lleno de guiris. Yo prefiero el centro, al bar Electra. Podríamos ver a los demás,- dijo Pablo con ironía.
- No me interesa ver a los demás ahora, esto quiero hablarlo contigo, y nadie más,- insistió Nuria.
- Creo que ponen "El cartero siempre llama dos veces" en el Alphaville, hace tiempo que no vamos al cine. ¿Te salió ya el as de picas?, -bromeó Pablo.
- Aún no. Ya te he dicho que no me gustan las películas subtituladas.
- ¿Y el as de corazones, se resiste o qué?
- Mira Pablo, creo que no estas entendiendo lo importante que resulta para mí este trabajo. Me debes una desde hace tiempo, y si insisto es porque se que ahora tienes tiempo libre; y no vas al cine desde hace mucho meses.
- Ya estamos; “semánticamente, el tiempo libre se reduce a una ecuación de un proyecto de acción sin objetivo final factible. Metafísicamente es pura contemplación; y en mi opinión, una virtud en cualquier momento del día, un deseo tatuado entre los pensamientos. Con sentido común, diría que es hacer lo que te de la gana durante un estamento de horas o días con un final amargo”.
- Si vale, lo que tú quieras. Mejor hablamos mañana, se me han caído las cartas, y además tengo que mandar el informe lo antes posible,- dijo Nuria.
Perfecto, mañana te llamo a medio día,- se despidió Pablo.
Nuria puso en orden las cartas que se habían esparcido por toda la cama y cogió el ordenador portátil. Los últimos diez minutos de conversación con Pablo los pasó revisando la redacción de su escrito sobre la sonada manifestación del sindicato esa mañana. Y no sería la última. Le irritó tener que dedicarle a esas horas de la noche lo que venía siendo una especia de control de calidad de las acciones de sus compañeros de manifestación.
- ¿Y ahora qué quieres?, - increpó Nuria al coger el teléfono.
- Quedamos el viernes. Pero vamos al Kea, que habrá poca gente, dijo Pablo con pocas ganas.
- De acuerdo Pablo, muchas gracias. Te va a interesar.
- Espero que no sea nada del sindicato; yo no los puedo ver y ellos ya ni me invitan.
- Tú vas si quieres, nadie tiene que llamarte, - contestó ofendida Nuria. Pero no sufras Pablo, no tiene nada que ver con política.
Pablo recordaba de aquella noche la copa de vino mientras terminaba el diso de bossa nova que se compró aquella mañana. Estuvo hasta tarde viendo la televisión, en silencio y oyendo música. Se terminó el vino adormilado y se acostó pensando en Nuria.
Aún permanecía esperando sentado, después de que la secretaria del viejo lo anunciara.
sábado, 21 de febrero de 2009
... Pablo y sus cosas...
Nunca supo como se vio metido en tan tremenda situación. Su compañero de clase de Tecnología hubiera definido esta vivencia como un galimatías onírico.
Pero Pablo ni siquiera tenía tiempo para pararse a pensar en su pasado. Por más que intentaba recordar una situación parecida, menos entendía qué le había llevado a involucrarse en una conspiración de tal calibre. Le martilleaba su intuición.
Tenía que estar bien despierto para no equivocarse durante todo el día. Llegando a casa podría relajarse y pensar sin la necesidad de estar pendiente de todo.
Por primera vez, no supo qué decir cuando el vigilante del edificio le pidió que firmara. Esta visita al despacho del viejo no podría ser como en anteriores ocasiones.
El vigilante lo tomó como la cotidianeidad aberrante de todos los ejecutivos que pasaban diariamente por el control de metales. Sin embargo, Pablo temió levantar sospechas.
Ya en el ascensor, apoyado en el frío metal, se permitió relajarse y sonreír por lo absurdo de su paso por el control de metales. Pensó aliviado que no volvería a bromear ante una persona con pistola en el cinturón, dispuesto a usarla si alguien escondiera en el maletín un cuchillo de untar. Su sonrisa se tornó más disimulada al caer en la cuenta de lo propio que sería que aquel ascensor, como cada rincón del edificio, tuviera una cámara de vigilancia.
Ya llegaba al piso cuarenta y uno; no quiso pensar en su conversación con el viejo, puesto que habría una larga espera hasta que la secretaria le permitiera entrar al amplio y luminoso despacho de su jefe. Recordaba los ventanales que servían de mirador a la zona sur del parque que rodeaba el complejo empresarial. ¿Cómo había conseguido aquel viejo reunir tanto poder y demostrarlo a toda la ciudad? Sintió vértigo justo en el momento que el ascensor paró, más brusco que de costumbre, en la planta cuarenta y uno. Volver por sus pasos ya era inconcebible; la cámara del ascensor lo delataría.
Pero Pablo ni siquiera tenía tiempo para pararse a pensar en su pasado. Por más que intentaba recordar una situación parecida, menos entendía qué le había llevado a involucrarse en una conspiración de tal calibre. Le martilleaba su intuición.
Tenía que estar bien despierto para no equivocarse durante todo el día. Llegando a casa podría relajarse y pensar sin la necesidad de estar pendiente de todo.
Por primera vez, no supo qué decir cuando el vigilante del edificio le pidió que firmara. Esta visita al despacho del viejo no podría ser como en anteriores ocasiones.
El vigilante lo tomó como la cotidianeidad aberrante de todos los ejecutivos que pasaban diariamente por el control de metales. Sin embargo, Pablo temió levantar sospechas.
Ya en el ascensor, apoyado en el frío metal, se permitió relajarse y sonreír por lo absurdo de su paso por el control de metales. Pensó aliviado que no volvería a bromear ante una persona con pistola en el cinturón, dispuesto a usarla si alguien escondiera en el maletín un cuchillo de untar. Su sonrisa se tornó más disimulada al caer en la cuenta de lo propio que sería que aquel ascensor, como cada rincón del edificio, tuviera una cámara de vigilancia.
Ya llegaba al piso cuarenta y uno; no quiso pensar en su conversación con el viejo, puesto que habría una larga espera hasta que la secretaria le permitiera entrar al amplio y luminoso despacho de su jefe. Recordaba los ventanales que servían de mirador a la zona sur del parque que rodeaba el complejo empresarial. ¿Cómo había conseguido aquel viejo reunir tanto poder y demostrarlo a toda la ciudad? Sintió vértigo justo en el momento que el ascensor paró, más brusco que de costumbre, en la planta cuarenta y uno. Volver por sus pasos ya era inconcebible; la cámara del ascensor lo delataría.
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