sábado, 21 de febrero de 2009

... Pablo y sus cosas...

Nunca supo como se vio metido en tan tremenda situación. Su compañero de clase de Tecnología hubiera definido esta vivencia como un galimatías onírico.
Pero Pablo ni siquiera tenía tiempo para pararse a pensar en su pasado. Por más que intentaba recordar una situación parecida, menos entendía qué le había llevado a involucrarse en una conspiración de tal calibre. Le martilleaba su intuición.

Tenía que estar bien despierto para no equivocarse durante todo el día. Llegando a casa podría relajarse y pensar sin la necesidad de estar pendiente de todo.

Por primera vez, no supo qué decir cuando el vigilante del edificio le pidió que firmara. Esta visita al despacho del viejo no podría ser como en anteriores ocasiones.
El vigilante lo tomó como la cotidianeidad aberrante de todos los ejecutivos que pasaban diariamente por el control de metales. Sin embargo, Pablo temió levantar sospechas.
Ya en el ascensor, apoyado en el frío metal, se permitió relajarse y sonreír por lo absurdo de su paso por el control de metales. Pensó aliviado que no volvería a bromear ante una persona con pistola en el cinturón, dispuesto a usarla si alguien escondiera en el maletín un cuchillo de untar. Su sonrisa se tornó más disimulada al caer en la cuenta de lo propio que sería que aquel ascensor, como cada rincón del edificio, tuviera una cámara de vigilancia.
Ya llegaba al piso cuarenta y uno; no quiso pensar en su conversación con el viejo, puesto que habría una larga espera hasta que la secretaria le permitiera entrar al amplio y luminoso despacho de su jefe. Recordaba los ventanales que servían de mirador a la zona sur del parque que rodeaba el complejo empresarial. ¿Cómo había conseguido aquel viejo reunir tanto poder y demostrarlo a toda la ciudad? Sintió vértigo justo en el momento que el ascensor paró, más brusco que de costumbre, en la planta cuarenta y uno. Volver por sus pasos ya era inconcebible; la cámara del ascensor lo delataría.